Adoro el mar. Pero detesto la
arena, salvo cuando estoy bajo el agua y la remuevo entre mis dedos.
Nunca he sabido contestar la
típica pregunta “playa o montaña”. Ambas me gustan. Ambas se complementan.
Seguramente nunca pueda decidirme. Siempre me quedaré con las dos.
Me gusta estar en el mar, sentir
que todo a mí alrededor es agua, algo de espuma y posibles algas. Para mí es
una sensación indescriptible, y dudo que en algún momento de mi vida pueda
expresar con exactitud lo que siento allí. Flotando y dejándome llevar por la
marea. Puedo estar horas y horas que para mí serán todas ellas como unos breves
minutos. Siempre pierdo la noción del tiempo. Siempre sé que ya es tarde, pero
quiero quedarme un poco más. Alargar esa sensación todo lo que pueda. Seguir en
permanente contacto con el agua.
Una de las cosas que más me gusta
y más disfruto es la de dar pequeños viajes submarinos. Bucear sin cerrar los
ojos. Viendo el juego de reflejos y luces cuando los elementos se fusionan,
cuando el sol impacta de soslayo con el agua y el arcoíris se refleja en la
arena mojada y profunda, en la arena que remuevo entre los dedos y parece
flotar por un segundo para volver a enterrarse en el fondo del mar.
Mi momento favorito es cuando
estoy unos segundos bajo el agua. Cuando se acerca alguna ola y cruzo su
nacimiento. Entonces siento el mar por todo mi cuerpo. Me recorre de arriba
abajo. Me convierto en espuma, me olvido de todo y de nada. Y muevo las piernas
y los pies como si todo ello fueran aletas, no dejo que la corriente me suba a
la superficie. Me hundo hasta enterrar parte de mí en la arena. Hasta entregar
un pedacito de mí al fondo del mar.
No necesito nada. En ese preciso
momento siento que lo tengo todo. Estoy allí, en el mar, en ninguna parte,
haciendo aletear mis manos y piernas para mantenerme en el mismo sitio, mirando
al horizonte sin apenas pestañear para no perderme la vista. Los atardeceres
son increíbles desde aquí. Estoy allí, flotando, como una boya en medio del
mar. Aparte de escuchar música, creo que es una de las cosas -por no decir la
segunda en este orden- que más me relaja. Es como encontrar el equilibrio
perfecto. Por un momento estoy allí en medio y lo rozo con la punta de los
dedos. Pero siempre se me escapa, cuando toca regresar y pisar arena seca.
No me importa lo fría que este el
agua. Ni siquiera que me castañeen los dientes. Llega un momento en que olvido
todo lo que me rodea. Por un momento no oigo las voces ni las risas del resto
de bañistas, ni a los socorristas a lo lejos volviendo a repetir que debemos
acatar las líneas invisibles que nos separan del peligro. Por un momento todo
desaparece y estoy sola.
Por un momento todo desaparece y paso a formar parte
del mar.
Por un momento todo desaparece y
soy sirena.