miércoles, 3 de julio de 2013

Mariposas enamoradas

Cuando salí de la crisálida todo pasó a ser nuevo para mí. El mundo que me rodeaba me era en su totalidad desconocido. Tantas tonalidades que por un momento pensé que me quedaría ciego. Y la luz… ¡qué luz! Y los olores ¡qué cantidad de aromas! Rosas, margaritas, petunias, dondiegos… Un sinfín de plantas y flores, árboles y frutos me envolvía en un bucle de sentidos, de sensaciones increíbles que experimentaba por primera vez.

Creo que me desmayé. Lo juro. Si bueno, quién iba a pensar que una mariposa podía desmayarse. Ahora que lo pienso, hasta a mí me parece absurdo. Pero es cierto, eso creo, al menos.

¿Por dónde iba? Ah, sí. El desvanecimiento. Me desmayé, lo creáis o no, me desmayé. Pero no fue por el colocón de tales drogas naturales. Fue porque estaba allí. ¡Y era tan bonita! Y qué ridículo más grande. Yo allí tirada cual mariposa muerta, por haber presenciado su preciosa silueta.

Era un poco torpe todavía. Estar guarecida en la crisálida lo hacía, sin duda, todo más fácil. No tenía que compartir mi cuerpo con estas dos enormes y revoltosas alas. ¡Es que no se están quietas! Se mueven a su antojo y no cuando yo lo deseo. De hecho, cuando más necesito que estén ahí, más quietas se quedan. Será cuestión de tiempo encontrar el equilibrio (espero).

Revoloteé un poco alejada. No era el momento de acercarme todavía. Tenía que tener un poco de control sobre mi nueva condición. Esto de volar parece a primeras muy fácil, pero ¡qué mareo! Voy dando tumbos para un lado y para otro. Y si hay un poco de brisa, allí estoy yo, estampada contra la corteza del árbol más próximo. Creo que soy una mariposa torpe. ¿Les pasará lo mismo a las demás las primeras veces?

Poco a poco, mis alas fueron haciéndome algo más de caso, así que decidí aproximarme un poco. Batí mis alas en lo que eran los últimos centímetros, y posé mis patitas sobre el pensamiento en tonos morados y amarillos. Era un pensamiento más que bonito, y especial. Desde él, pude admirar la belleza de sus alas. Eran blancas, con su borde de color negro, y con corazones bordados en su interior, del mismo color. ¡Qué preciosidad! Cuando las exponía completamente abiertas era como divisar la flecha de cupido atravesándote el pecho. Mi pequeño pecho, pero pecho al fin y al cabo. Era como degustar gramos y gramos de néctar de la mejor de las rosas. (Creo que mis niveles de azúcar acaban de subir con tan sólo besarla. Digo, pensarlo. ¡ay, ya no sé ni lo que digo!)

¡¡Reina naturaleza!! ¡oh, reina naturaleza! * ¿Podemos enamorarnos las mariposas?

O el ardor en el pecho es que me va a dar un infarto en este diminuto corazón, o realmente significa que estoy enamorada.

¡Estoy enamorada!



* Viene a ser un “¡oh, dios mío!” pero en lenguaje lepidóptero.