Giré la llave por tercera vez hacia la izquierda, y con un pequeño empujón logré abrir la puerta que daba a mi pequeño mundo.
Segundos atrás había escuchado los murmullos silenciosos tras las mirillas inquietas. La gente aborrece la vida e intenta hacer lo mismo con la de aquellos que le rodean.
No quise darle importancia. Al menos, no de momento. Aunque sabía que aquello traería cola e infinitos quebraderos de cabeza.
Pasé primero, y él, dudando unos segundos, con la cabeza gacha y la vergüenza a flor de piel, se decidió a atravesar a barrera. Una línea imaginaria que en aquel preciso instante se había desdibujado por completo, echando abajo todas y cada una de las reglas y normas que ésta mantenía. Poniendo todo mi mundo patas arriba, sin lograr recordar dónde estaban situadas mis cosas antes de su llegada. Distorsionando de forma abrumadora la paralela realidad que había creado tras la puerta.
Temblaba bajo la fina ropa. Desgastada, sucia, ennegrecida por el paso de los dias. Siguió mis pasos hasta el baño. Abrí el grifo de agua caliente y taponé el desagüe para llenar la bañera. Mientras esta se llenaba, le preparé un café caliente que degusto en pocos minutos.
Volvimos al baño, en donde saque toallas nuevas de uno de los cajones del mueble del lavabo. Una grande para el cuerpo y otra más pequeña para el pelo.
En mi habitación cogí un chándal de los que me quedaba grande, una camiseta XL y una sudadera.
La bañera ya estaba casi lista cuando me disponía a dejarle su espacio para que se asease tranquilo. Me detuvo en seco otra vez en aquel día extraño - dejándome de nuevo petrificada sobre las baldosas del baño.
- No me dejes sólo. Por favor... -su mirada era toda súplica. Un grito desesperado que nunca se había permitido pronunciar.
Me acerqué a él, y lentamente y con cuidado fui desprendiéndole de su ropa. Bajé la cremallera de su sudadera y la deslicé por sus hombros hasta dejarla caer al suelo. Le retiré el pelo de la cara, mirándole muy cerca. La distancia era muy corta y quemaba. Sus ojos eran aullidos dolorosos. Dos preciosas piedras engastadas en frías cárceles. Sus labios estaban ariados, y no dejaba de pasarse la lengua sobre ellos de forma intermitente. Le sostuve la mirada un buen rato, sin pronunciar palabra, hasta que el murmullo del agua me despertó de mi ensoñación y vi que estaba llegando al borde.
Cerré el grifo y seguí con la tarea de desvestirle. Le quite la camiseta, los pantalones, los calcetines y por último los calzoncillos. Estaba completamente desnudo frente a mí, temblando su piel, temblando por la imagen mi corazón. Aquel instante me rompió el alma. Bajó la mirada al suelo como un niño, como si le estuviesen riñendo por algo.
Apilé la ropa sucia y la metí en la lavadora que puse a funcionar inmediatamente.
Volví hasta él y le ayudé a meter su cuerpo menudo y enhuesecido en el agua caliente. Tardó un poco en acostumbrarse a la temperatura, pero enseguida estaba zambullido por completo.
Le enjaboné el pelo, aún era el niño que había visto antes, el de la timidez y los miedos.
Se dejó cuidar.
Veía como su cuerpo comenzaba a relajarse y volvía a sentir de nuevo. Como despertaba de un apesadumbrado letargo. Se puso de pie y le jaboné el cuerpo, borrando las huellas de humedad y polvo viejo de su piel. Borrando el frío y la lluvia, el sol y la sed.
Genial, simplemente, genial!!
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