Cuando salí de la crisálida todo
pasó a ser nuevo para mí. El mundo que me rodeaba me era en su totalidad desconocido.
Tantas tonalidades que por un momento pensé que me quedaría ciego. Y la luz…
¡qué luz! Y los olores ¡qué cantidad de aromas! Rosas, margaritas, petunias,
dondiegos… Un sinfín de plantas y flores, árboles y frutos me envolvía en un
bucle de sentidos, de sensaciones increíbles que experimentaba por primera vez.
Creo que me desmayé. Lo juro. Si
bueno, quién iba a pensar que una mariposa podía desmayarse. Ahora que lo
pienso, hasta a mí me parece absurdo. Pero es cierto, eso creo, al menos.
¿Por dónde iba? Ah, sí. El
desvanecimiento. Me desmayé, lo creáis o no, me desmayé. Pero no fue por el
colocón de tales drogas naturales. Fue porque estaba allí. ¡Y era tan bonita! Y
qué ridículo más grande. Yo allí tirada cual mariposa muerta, por haber
presenciado su preciosa silueta.
Era un poco torpe todavía. Estar
guarecida en la crisálida lo hacía, sin duda, todo más fácil. No tenía que
compartir mi cuerpo con estas dos enormes y revoltosas alas. ¡Es que no se
están quietas! Se mueven a su antojo y no cuando yo lo deseo. De hecho, cuando
más necesito que estén ahí, más quietas se quedan. Será cuestión de tiempo
encontrar el equilibrio (espero).
Revoloteé un poco alejada. No era
el momento de acercarme todavía. Tenía que tener un poco de control sobre mi
nueva condición. Esto de volar parece a primeras muy fácil, pero ¡qué mareo!
Voy dando tumbos para un lado y para otro. Y si hay un poco de brisa, allí estoy
yo, estampada contra la corteza del árbol más próximo. Creo que soy una
mariposa torpe. ¿Les pasará lo mismo a las demás las primeras veces?
Poco a poco, mis alas fueron
haciéndome algo más de caso, así que decidí aproximarme un poco. Batí mis alas
en lo que eran los últimos centímetros, y posé mis patitas sobre el pensamiento
en tonos morados y amarillos. Era un pensamiento más que bonito, y especial.
Desde él, pude admirar la belleza de sus alas. Eran blancas, con su borde de
color negro, y con corazones bordados en su interior, del mismo color. ¡Qué
preciosidad! Cuando las exponía completamente abiertas era como divisar la
flecha de cupido atravesándote el pecho. Mi pequeño pecho, pero pecho al fin y
al cabo. Era como degustar gramos y gramos de néctar de la mejor de las rosas. (Creo
que mis niveles de azúcar acaban de subir con tan sólo besarla. Digo, pensarlo.
¡ay, ya no sé ni lo que digo!)
¡¡Reina naturaleza!! ¡oh, reina
naturaleza! * ¿Podemos enamorarnos las mariposas?
O el ardor en el pecho es que me
va a dar un infarto en este diminuto corazón, o realmente significa que estoy enamorada.
¡Estoy enamorada!
* Viene a ser un “¡oh, dios mío!”
pero en lenguaje lepidóptero.
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